Artemidoro - Interpretación de Sueños, proemio, dedicado a Casio Maximo

Muchas veces me sentí impulsado a emprender el presente trabajo y siempre me detuve «no porque yo cediese por pereza o por insensatez como dice el poeta, sino porque me sobrecogía, en particular, la magnitud y la multiplicidad de las cuestiones que en él se plantean y porque temía las críticas adversas de aquellas personas que o bien sostienen cuanto afirman por estar convencidas de que la mántica no existe y tampoco la providencia divina, o bien se entregan a prácticas y disquisiciones de otra índole. Mas a hora la demanda existente -que reviste carácter es de necesidad por los beneficios que deparará, tanto a nosotros mismos como a los que vengan después- me incitó a no demorar ni a dar largas al asunto, sino a redactar un escrito con aquellos conocimientos de los que tengo una cabal comprensión, tras haberlos adquirido de una forma empírica. 

En verdad, considero que, gracias a tal iniciativa, alcanzaré dos objetivos: primero, oponerme, de una forma leal y con un cúmulo de argumentos fuera de lo corriente, a los que intentan suprimir la propia mántica y sus distintas variantes trayendo a colación públicamente la experiencia y el testimonio de los resultados, los cuales bastarían para hacer frente a todos los hombres; y, en segundo lugar, establecer una terapéutica salvadora en vez del error para los que se sirven de la adivinación, pero son engañados por no encontrar unas doctrinas rigurosas sobre esta materia y, en consecuencia, corren el riesgo de despreciarla y de apartarse de ella.

Pues bien, los autores que son un poco mayores que yo, queriendo alcanzar una fama de escritores y considerando que se harían célebres sólo con esto, a saber, dejar para la posteridad unos escritos de «onirocrítica», no han hecho otra cosa, en general, que copiar los unos las obras de los otros, exponiendo torpemente cuanto ya había sido descrito espléndidamente por sus antecesores, o bien añadiendo muchas falsedades a las sucintas explicaciones de los antiguos. 

Aquéllos, en realidad, sin servirse de la experiencia, improvisaban según cada uno de ellos se sentía atraído por algún asunto y, de esta forma, cumplían su oficio. Unos tenían a su disposición la totalidad de los libros de autores de otros tiempos, en cambio otros, no todos, ya que a ellos se les pasaron por alto algunos ejemplares raros y casi destruidos por su mucha antigüedad.

En lo que a mi respecta, no hay obra de onirocrítica que yo no haya manejado -por considerar de mucha importancia este particular- y, amén de esto, aunque los adivinos que frecuentan las plazas  están muy desprestigiados y las personas que adoptan un aire grave y fruncen el entrecejo los tachan de pordioseros, charlatanes y embaucadores, yo, sin prestar crédito a esta acusación, me he tratado con ellos por espacio de muchos ailos en las ciudades y en las fiestas públicas de Grecia, y también en Asia, en Italia y en las islas más grandes y populosas, deteniéndome a escuchar antiguos sueilos y sus consecuencias.

En realidad, no era posible ejercitarse de otro modo en estas cuestiones. Por tanto, estoy en condiciones de poder hablar ampliamente sobre cada tema, de forma que no me perderé en palabrerías, puesto que diré la pura verdad y facilitaré explicaciones claras y comprensibles para todos, gracias a su sencillez, de cuanto vaya enunciando, a no ser que se trate de un asunto tan evidente que me exima de cualquier comentario por juzgarlo superfluo.

Pero pasemos ya a abordar el argumento propuesto, con el fin de no alargar la introducción más de lo conveniente. Pues, ¿qué necesidad hay de meras palabras sin hechos concretos al dirigirme a ti, un hombre tan diestro en el arte de hablar, como no ha existido otro hasta ahora entre los griegos, y tan inteligente que sin tener que aguardar que el interlocutor termine tú ya has captado a donde van a parar sus palabras? Mas previamente es necesario hacer unas observaciones de rigor sobre algunos principios fundamentales.

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Traducción de Gredos.

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