Solon de Atenas - 1 (1 D) A las Musas
1 (1 D) A Las Musas.
Mosaico de las Musas (s.IV), cuya inscripción pide que se barra con cuidado y desea buena suerte Lusitania Romana - Museo nacional de Arqueología de Lisboa |
Espléndidas hijas de Zeus del Olimpo y Mnemosine,
Musas de Pieria, escuchadme en mi ruego.
Dadme la prosperidad que viene de los Dioses, y tenga
ante los hombres por siempre un honrao renombre,
que de tal modo sea a mis amigos dulce y a mi enemigo amargo;
respetado por unos, terrible a los otros mi persona.
Riquezas deseo tener, mas adquirirlas de modo injusto
no quiero. De cualquier modo llega luego la justicia.
La abundancia que ofrecen los Dioses le resulta al hombre
segura desde el último fondo hasta la cima.
Mas la que los hombres persiguen con vicio, no les llega
por orden natural, sino atraída por injustos manejos,
les viene forzada y pronto la enturbia el Desastre.
Su comienzo, como el de un fuego, nace de casi nada,
de poca monta es al principio, pero doloroso su final.
Porque no les valen de mucho a los hombres los actos de injusticia.
Es que Zeus vigila el fin de todas las cosas, y de pronto
-como el viento que al instante dispersa las nubes
en primavera, que tras revolver el hondo del mar
estéril y de enormes olas, y arrasar en los campos de trigo
los hermosos cultivos, alcanza el sublime hogar de los Dioses,
el cielo, y deja luego el aire con aspecto sereno,
y brilla el fulgor del Sol sobre la fértil tierra,
hermoso, y no queda ya ni una nube a la vista-
asi aparece el castigo de Zeus. Que no en todo momento
es de pronta cólera como un individuo mortal.
Pero no se le oculta por siempre quien tiene un perverso
corazón; y de uno u otro modo al final lo evidencia.
Conque uno al instante paga, y otro después. Algunos escapan,
ellos, y no les alcanza la Moira fatal de los Dioses,
pero esta llega en cualquier forma más tarde. Y sin culpa pagan
sus delitos sus hijos o su descendencia más tarde.
Mas los hombres, tanto el ruin como el bueno, pensamos asi.
Cada uno mantiene una elevada opinión de sí mismo
hasta que sufre su daño, y entonces se queja. Pero hasta esto
nos regocijamos, pasmados, con vanas esperanzas.
Aquel que esta abrumado por enfermedades tremendas
piensa que va a tener en seguida salud.
Otro, que es cobarde, se cree un valiente guerrero,
asi como hermoso quien no tiene una bella figura;
el otro, que es pobre y al que su miseria agobia,
piensa en conseguir de cualquier forma un montón de riquezas.
Se esfuerza cada uno de un modo. El uno, va errante
en las naves, tratando de llevar a su hogar la ganancia,
por el alta mar rica en peces, arrastrado por vientos terribles,
sin disponer de resguardo ninguno a su vida.
Otro, labrando la tierra de cultivo el año entero,
es un siervo a jornal, de los que tras los curvos arados se afanan.
Otro, experto en las artes de Atenea y del hábil Hefesto,
con manos de artesano consigue su sustento.
Otro instruido en sus dones por Musas Olimpicas,
como conocedor de tan envidiable saber.
A otro lo hizo adivino el dios certero, Apolo,
y sabe prever la desgracia que a un hombre amenaza,
si le inspiran los Dioses. Aunque de ningún modo
ni el presagio ni los sacrificios evitan lo fatal.
Otros ejercen el arte de Peón, el de muchos remedios,
los médicos, que ignoran el fin de su acción:
muchas veces de una pequeña molestia deriva un gran dolor
y nadie puede curarlo aplicando drogas calmantes
en tanto que otro, agitado por terribles dolencias
lo sanan al punto con sólo imponerle las manos.
La Moira es, en efecto, quien da a los humanos el bien y el mal,
y son inevitables los dones de los Dioses inmortales.
En todas las acciones hay riesgo y nadie sabe
en que va a concluir un asunto recién comenzado.
Asi que uno que pretende obrar bien no ha previsto
que se lanza a un duro y enorme desastre,
y a otro, que obro mal, le concede un Dios para todo
la suerte del éxito, que contrarresta su propia torpeza.
De la riqueza no hay término alguno fijado a los hombres;
pues ahora entre nosotros quien más bienes tiene
el doble se afana. ¿Quien puede saciarlos a todos?
Las ganancias, de cierto, las dan a los hombres los Dioses,
y de ellas procede el desastre, que Zeus de cuando en cuando
envía como castigo, y ya uno, ya otro lo recibe.
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Solon de Atenas, Traducción de Carlos Garcia Gual, antologia de la poesía lirica griega (siglos VII-IV a.C.)
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