Plotino – Eneada I 6 (1) 10- 20 Sobre la belleza.
Mas es preciso estarse contemplando tales bellezas con lo que el alma las mira y que, al verlas sintamos un placer, una sacudida, una conmoción mucho más intensos que a la vista de las bellezas anteriores, como quienes están ya en contacto con bellezas reales. Porque he aquí las emociones que deben originarse ante cualquier belleza: estupor, sacudida deleitosa, añoranza, amor y conmoción placentera. Tales son las emociones que es posible experimentar y las que de hecho experimentan, aun ante las bellezas invisibles, todas o poco menos que todas las almas, pero sobre todo las más enamoradizas. Pasa como con la belleza de los cuerpos: verla, todos la ven; mas no todos sienten por igual el aguijón. Hay quienes lo sienten los que más, y de ellos se dice que están enamorados.
Hemos de informarnos, pues, de los enamoradizos de las bellezas suprasensibles: “¿Qué experimentáis ante las llamadas ocupaciones bellas, los modos de ser bellos, los caracteres morigerados y, en general, las obras de virtud, las disposiciones y la belleza de las almas? ¿Que experimentáis al veros a vosotros mismos bellos por dentro? Y ese frenesí, esa excitación, ese anhelo de estar con vosotros mismos recogidos en vosotros mismos aparte del cuerpo, ¿Cómo se suscitan en vosotros? Estas son, en efecto, las emociones que experimentan los que son realmente enamoradizos. Pero el objeto de estas emociones ¿Cuál es? No es una figura, no es un color, no es una magnitud, sino el alma, que “carece de color” ella misma y está en posesión de la morigeración sin color y del “esplendor” sin color de las demás virtudes, siempre que veáis en vosotros mismos u observéis en otro grandeza de alma, carácter justo, morigeración pura, entereza varonil de masculino rostro, gravedad y, bajo un revestimiento de pudor, un temple intrépido, bonancible e impasible y, resplandeciendo sobre todo esto, la divinal inteligencia.
Pues bien, aun profesando admiración y afecto por estas cosas, ¿Por qué las llamamos bellas? Es verdad que estas son, y está a la vista que son y no hay cuidado de que quien las vea las llame de otro modo si no las cosas que realmente son.
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La belleza sensible se identifica con una forma inmanente; la del alma, con una forma trascendente.
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