H.D. Kitto – Los griegos, Capitulo XI Mito y Religión, sobre el mito de Jacinto.
Una religión politeísta es naturalmente hospitalaria con los nuevos dioses. Restos de la primitiva raza griega que se establecían entre nuevos vecinos, o imponían su dominio sobre ellos, seguían, por supuesto, con sus propias deidades, pero también solían honrar a las deidades ya existentes en la localidad. Así para tomar un ejemplo entre mil en Amicla, cerca de Esparta, se celebraba un festival llamado Hiacintia (Ὑακίνθια) [1], en el cual eran honrados juntamente Jacinto y Apolo[2].
El principal rasgo del sombrío ritual de Jacinto consistía en verter libaciones en el suelo; el segundo de los tres días festivos estaba dedicado a Apolo y era mucho más alegre. El origen remoto de este doble festival reside seguramente en un pueblo nuevo, adorador del olímpico Apolo, se estableció en Amicla, entre gente cuya religión era completamente distinta, pues rendían tributo a un dios terreno (ctonico) y no a un dios celestial[3].
La piedad y la prudencia impedirían menospreciar el culto ya existente; por lo tanto se unieron el viejo y el nuevo. Con el paso de las generaciones, el origen de este doble culto fue olvidado, como sucedió también con la existencia de los dioses terrenos. Pero el natural espíritu conservador y la piedad mantuvieron el rito vivo. ¿Qué paso entonces? El verter las ofrendas en el suelo solo podía ya encerrar el sentido de un homenaje rendido a alguien que estaba muerto; y como Apolo tomaba parte en el festival de Jacinto, el Jacinto muerto era un amigo dilecto de Apolo.
Surgió así el relato explicativo: Jacinto había sido un joven amado de Apolo, a quien este mato accidentalmente mientras lanzaba un disco[4]. Jacinto, como ya hemos visto, no es una palabra griega, ni tampoco el culto de un dios griego de la tierra. En este rito y en este mito tenemos, por lo tanto, una prueba o un reflejo de la fusión de dos culturas totalmente diferentes.
Muy a menudo la deidad primitiva fue una diosa, en cuyo caso resultaba natural convertirla en una esposa del nuevo dios. Si era un dios, como Jacinto, podía llegar a ser el hijo de su reemplazante, pero esto suponía una madre, alguna ninfa o diosa local. El resultado era muy natural y muy inocente; pero como algo similar sucedía en muchos de los innumerables valles e islas en que se establecieron los griegos, y como estos dioses sustitutos locales se identificaban cada vez más con Zeus y Apolo, resulto que Zeus y Apolo tuvieron una inmensa progenie en incontables diosas, ninfas o simples mujeres.
Pero estos amores divinos fueron consecuencia fortuita, no la intención, de los mitos; u no ofendían el sentimiento religioso precisamente porque se sabía que representaban solo una explicación. No tenían ningún alcance dogmático, apologético o educativo; no iba más allá de “lo que se dice”. Eran aclaraciones, y aunque se revistieron del prestigio de la tradición, ellas podían aceptarse o desecharse. Lo esencial consistía en honrar al dios mediante el rito; nada obligaba a creer en las historias que corrían sobre él.
DE JACINTO SURGE UNA FLOR:
“Te cantara mi lira pulsada con la mano, te cantaran mis versos, y como flor nueva imitaras mis gemidos con una inscripción. Llegará también la época en que el mas valeroso de los héroes se añadirá a esta flor y será leído en la misma hoja”. Mientras son mencionadas estas cosas por la boca verídica de Apolo, he aquí que la sangre, deja de ser sangre y, más resplandeciente que la purpura tiria, nace una flor y adopta una forma como los lirios”.
Ovidio, Metamorfosis X 210-115.
NOTAS.
[1] Según William Smith, DCL, LL.D.: Diccionario de Antigüedades griegas y romanas John Murray (Londres, 1875). Comenzaba el día más largo del mes espartano Hecatombeon, en el momento en que las flores sofocadas por el calor del sol cian al suelo. Se caracterizaban por ser celebraciones solemnes en el primer y último día dedicadas a los muertos, se realizaban festines y se recitaban himnos a Apolo, al terminar dichos festines cada uno regresaba a sus actividades en tranquilidad y orden, pero en el segundo día estaba dedicado a Apolo se realizaban celebraciones más alegres como eran comunes las dedicadas a este dios en la que los jóvenes cantaban acompañados de la flauta o la citara, realizaban carreras de caballos y las jóvenes realizaban una hermosa procesión “Y no se avergüenza Esparta de haber sido la patria de Jacinto, y el honor permanece hasta esa época y, según la costumbre de los antepasados, todos los años vuelven para ser celebradas las Jacintias con un gran boato”. Ovidio, Metamorfosis X 215-220.
[2] Ovidio, Metamorfosis X 165-170 A ti también Amiclida, te había colocado en el éter Febo, si los siniestros hados le hubieran dado tiempo de colocarte; sin embargo, eres eterno en lo que está permitido, y cuantas veces la primavera expulsa al invierno y sucede al Carnero el acuoso Pez, tantas veces naces tú y tus flores en medio del verde césped.
[3] Pausanias, Descripción de Grecia III Laconia, XIX, 3: (después de describir el trono al dios Amicleo) “en las Jacintias antes del sacrificio a Apolo, hacen otro a Jacinto a través de la puerta de bronce que tiene el altar a la izquierda”.
[4] Ovidio, Metamorfosis X 175-200 “Febo el primero tras haberlo balaceado, lanzo a los aires del cielo y con su peso rasgo las nubes que se le oponían; volvió a caer después de largo tiempo en la dura tierra el peso y dio muestra del arte a la vez que de la fuerza. Al punto, Tenarida, irreflexivo y empujado por el deseo de jugar, corría a levantar el disco, pero la apelotonada tierra lo lanzo, tras haber rebotado hacia el aire, contra tu rostro, Jacinto. Palideció de igual modo que el muchacho el propio dios y recogió los miembros que desfallecían, y unas veces te reanima, otras enjuga las funestas heridas, ahora retiene tu vida que se escapa aplicando unas hierbas; de nada sirven sus artes: era una herida incurable. Del mismo modo que, s alguien quiebra en un jardín regado violetas y adormideras y lirios que se adhieren a sus lenguas azafranadas, ellas marchitas dejan caer de repente su pisoteada cabeza y no se sostienen y contemplan la tierra con su punta, así yace abatido el moribundo rostro, y el propio cuello, perdido su vigor, es un peso para sí mismo y se recuesta sobre el hombro. “Desfalleces Ebalida, robado en tu primera juventud”. Dice Febo (…)”.
Las citas de Ovidio fueron tomadas de la traducción de Alvarez Y Rosa Iglesias, catedra letras universales (2014).
La de Pausanias fueron tomadas de la traduccion de Antonio Tovar, ediciones Orbis (1949).
Comentarios
Publicar un comentario