Astrología - Manilio, libro I, proemio.

El poema que trata sobre ciencia sagrada de los Caldeos.

Con mi poema me propongo hacer descender del cielo conocimientos divinos y los astros, confidentes del destino, que cambian las diversas vicisitudes de los hombres, y que son obra de una razón celestial; me propongo, el primero, hacer vibrar con cantos no escuchados al Helicón y a los bosques que balancean sus verdes copas, pues traigo ciencia sagrada de otras tierras no mencionadas antes por nadie. Este aliento y las fuerzas para cantar temas tan elevados me los das tú, César, primer ciudadano y padre de la patria, que gobiernas el universo sometido a venerables leyes y que mereces, como dios que eres tú mismo, el cielo concedido a tu padre.

El cielo es ahora favorable a quienes lo investigan más de cerca, y anhela que se revelen sus celestiales riquezas a través de los versos. Para esto sólo hay tiempo con la paz: es grato marchar a través incluso del espacio, vivir recorriendo el inmenso cielo y conocer las constelaciones y la marcha opuesta de las estrellas. Es insuficiente conocer esto sólo. Es grato conocer más profundamente las interioridades secretas del espacioso universo, observar de qué forma gobierna y genera los seres vivos con sus constelaciones, y contarlo en versos con el acompañamiento musical de Febo.

Dos altares resplandecen con las luminarias que he colocado, a dos templos dirijo mis súplicas cercado por una doble inquietud: la del verso y la del tema. El cielo atruena en su inmenso círculo al poeta que canta con leyes rigurosas, y apenas permite que la prosa penetre en sus constelaciones.

¿A quién le fue permitido el primero en la tierra conocer tales secretos por regalo de los dioses? ¿Quién, en efecto, si ellos lo hubiesen ocultado, habría robado el secreto del cielo pór el que todo es gobernado? ¿Quién se hubiera atrevido, sólo con las fuerzas humanas, a desear parecer dios él mismo contra la voluntad de los dioses, dando a conocer las órbitas boreales y australes, los astros que respetan siempre sus límites a través del vacío, los nombres y el curso de las constelaciones así como su masa y poder?

Hermes, el intérprete de la voluntad divina. 

Tú, Cilenio, fuiste el iniciador y el inspirador de ese conocimiento sagrado tan importante; tú hiciste conocer más profundamente tanto el cielo como las estrellas, a fin de que se ampliase la visión del universo, fuesen dignos de veneración no sólo el aspecto exterior sino también el poder mismo sobre las cosas, y conociesen los pueblos hasta qué punto el dios es inmenso. También la naturaleza proporcionó las fuerzas y ella misma se dio a conocer, dignándose en primer lugar mover el ánimo de los reyes que alcanzan las alturas de la naturaleza, cercanas al cielo, que sometieron pueblos salvajes en el límite oriental, [los que separa el Eufrates y los que inunda el Nilo], por donde vuelven los astros sobrevolando por las ciudades en tinieblas.

Los sacerdotes que reciben secretos de la divinidad por su dedicación y estudio. 

A continuación, los sacerdotes, que han habitado siempre los templos para las ceremonias sagradas, elegidos para realizar los votos públicos a los dioses, se ganaron a la divinidad con sus servicios; la presencia auténtica del dios poderoso les inflamó su mente pura, y él en persona llevó a sus ministros ante la divinidad y les mostró sus secretos.
Ellos promovieron una disciplina tan noble, siendo los primeros en percibir por medio de la misma que los destinos dependen del movimiento de los astros. En efecto, abarcando una larga serie de siglos gracias a constantes desvelos, marcaron cada período con sus acontecimientos particulares: cuál sería el día de nacimiento de cada uno, qué forma de vida le había tocado, en qué leyes de la fortuna ejercía influencia cada hora, qué diferencias tan grandes producían movimientos tan pequeños.
Después de conocer los diversos aspectos del cielo por haber vuelto los astros a sus posiciones iniciales, y después de reconocer el poder de cada figura para una determinada clase de destino, a través de variadas pruebas, al mostrar los ejemplos el camino, la experiencia constituyó el arte y, tras una prolongada investigación, descubrió que los astros dominan con leyes secretas, que todo el universo es movido por una mente eterna y que por indicios seguros se pueden distinguir las vicisitudes del destino.

Prehistoria.

En efecto, antes de ellos, la humanidad, ignorante, sin ningún criterio para discernir y atenta a las apariencias, carecía de explicación para los hechos y, asombrada, quedaba en suspensó con el retomo de la luz al mundo, ya triste al perder, por así decirlo, las estrellas, ya alegre cuando resurgían, y no podía explicar por sus causas la distinta duración de los días, la duración fluctuante de las noches y la desigualdad de las sombras, según que el sol se alejase o se aproximase.
Todavía el ingenio no había creado los conocimientos técnicos, y la extensa tierra permanecía inactiva por la ignorancia de los colonos; entonces el oro estaba en los solitarios montes, y el mar, no surcado, mantenía alejadas tierras desconocidas; ni se atrevían a confiar la vida al mar ni a los vientos sus deseos; todos creían saber lo suficiente.

Saturno y su labor civilizadora.

Pero, cuando la larga duración del tiempo agudizó la mente de los mortales, el esfuerzo desarrolló la inteligencia de aquellos desgraciados, y la suerte a fuerza de golpes obligó a cada uno a mirar por sí mismo, sus talentos, separados hacia distintas tareas, porfiaron en llevarlas a cabo, y todas las invenciones descubiertas por la sagaz experiencia en sus pruebas con alegría las ofrecieron al bien común.

La lengua, los oficios y las artes.

También entonces su lengua salvaje recibió sus leyes, los campos incultos fueron labrados para diversos cultivos y el errante marinero penetró en el desconocido mar, abriendo camino al comercio con tierras ignotas. La Antigüedád descubrió entonces las artes de la guerra y de la paz, pues siempre la práctica hace nacer unas artes de otras. Para no cantar cosas sabidas, diré que ellos aprendieron el ¡lenguaje de las aves, a interpretar las entrañas, a hacer reventar las serpientes con ensalmos, a invocar las sombras, a sacudir las profundidades del Aqueronte y a cambiar los días en noches y las noches en días.

La observación de los fenómenos.

El ingenio, que aprende fácilmente, con tenacidad venció todos los obstáculos, y la razón no puso fin y límite a su actividad antes de llegar al cielo, de comprender por sus causas las profundidades de la naturaleza y de examinar lo que existe en cualquier parte.
Comprendió por qué las nubes eran impulsadas y chocaban con un estruendo tan grande, por qué la nieve del invierno es más blanda que el granizo del verano, por qué la tierra echaba fuego y se estremecía el sólido orbe, por qué se precipitaban las lluvias y qué causa movía los vientos, librando a los hombres del estupor por esos hechos, al arrebatar a Júpiter el rayo y el trueno, y otorgar el fragor a los vientos y el fuego a las nubes. Después de atribuir a cada fenómeno su propia causa, se esforzó en conocer desde las alturas la vecina mole del universo y en abarcar con su mente la totalidad del cielo, asignando a cada constelación la forma y el nombre que le correspondían, y anotando qué ciclos recorrían según una ley fija, así como que todos los acontecimientos dependen de la voluntad y del aspecto del cielo, ya que los astros cambian los destinos según sus diversas posiciones.

Soy el primero en hacer surgir con mis versos esta obra sagrada. Que la fortuna favorezca este gran esfuerzo y que me toque en suerte una vida larga y una dulce vejez, a fin de que pueda hacer emerger una empresa de tanta envergadura, y tratar con igual atención los temas ligeros y los importantes.

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Editorial Clásica Gredos. 

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