Hegel sobre Alejandro Magno



Alejandro había sido educado por Aristóteles, el pensador más profundo y también más universal de la antigüedad, y la educación dada fue digna del hombre que la recibió. Alejandro fue introducido en la más sutil metafísica, y por este medio se depuro del todo su natural modo de ser (…) Aristóteles dejo a esta gran naturaleza tan original como era, pero grabo en ella la honda conciencia de aquello que es lo verdadero y moldeo el espíritu genial que era el mismo en un espíritu plástico, igual que una bola que flota libremente en el éter.
Educado por Aristóteles, Alejandro a los veinte años de edad se puso a la cabeza de los helenos para conducir a la Grecia al Asia. Este segundo Aquiles reúne de nuevo la Helade para una empresa común. Cierra la vida griega, como Aquiles la empezara. Concentrado en si el poder de Grecia, se volvió hacia el exterior y difundió por Asia la cultura griega. Unió el país, maduro ya en todas las técnicas, pero ya sin realidad, bajo nuevas banderas, conteniendo en el interior la excitación aun existente, para orientarla enseguida hacia las comarcas madres del Oriente. Su fin era castigar las antiguas iniquidades, vengar a Grecia de cuanto Asia le había hecho durante largo tiempo y decidir la antigua discordia y lucha entre el Oriente y el Occidente. Por un lado, hizo pagar a Oriente el mal que Grecia había sufrido por su culpa, por otro, le devolvió mil veces el bien que represento para Grecia el recibir de Asia los orígenes de la cultura. Alejandro difundió la madurez y elevación de la cultura sobre el Oriente, imprimiendo en Asia, por el ocupado, el sello, digámoslo así, de un país helénico.

Esta fue su grande e inmortal hazaña, la obra de la más bella individualidad. Alejandro ha sido el más bello héroe individual. Pues en él no se unía tan solo el genio militar, el mayor denuedo y la máxima valentía, sino que todas las cualidades venían encumbradas por una bella humanidad y personalidad. Aun cuando sus generales se le sometían, habían sido sin embargo los antiguos servidores de su padre, y esto hacia delicada la situación de Alejandro; pues la gran talla y juventud de este no dejaba de ser una humillación para ellos, quienes daban ya por terminada tanto su misión como la labor que habían realizado; y cuando su envidia, como en el caso de Clito, paso a convertirse en una saña ciega, Alejandro se vio obligado a proceder con gran dureza.
Él fue la causa de que el mundo griego se difundiera por toda Asia. La Expedición de Alejandro al Asia fue también un viaje de exploración en diez años: su obra imperial. Alejandro fue el primero que abrió a los europeos el mundo oriental, llegando hasta países como la Bactriana, la Sogdiana y la India septentrional, apenas hollados desde entonces por plantas europeas. La manera de llevar a cabo la expedición, así como el genio militar en el orden de las batallas, en la táctica en genera, quedaran para siempre como un objeto de admiración universal. En las batallas era grande como general en jefe, era inteligente en las marchas y en el modo de disponer las cosas y en el fragor de la lucha era el más valiente de los soldados.
Su muerte, en babilonia, a los treinta años, sigue siendo un bello espectáculo de grandeza y la prueba de cuál era su verdadera relación con el ejército. Incorporando sobre su lecho de muerte, se despidió de sus soldados con plena conciencia de su dignidad.
Alejandro tuvo la dicha de morir a tiempo. Puede llamarse a esto una dicha: pero es más bien una necesidad. Una muerte prematura tenía que ser la suya, a fin de seguir siendo para la posteridad el joven glorioso. Asi como Aquiles inicia el mundo griego, como ya hemos indicado, así Alejandro lo cierra; y ambos jóvenes no solo nos dan el más bello espectáculo por sí mismos, sino que nos proporcionan al mismo tiempo una cabal y perfecta imagen de la esencia griega. Alejandro no murió prematuramente, pues su obra había llegado a su plena perfección.
Alejandro ha consumado su obra y ha dado cima a su figura, hasta el punto de que con ello ha legado al mundo una de las más bellas  experiencias, no pudiendo enturbiarla nosotros más que con nuestras míseras reflexiones. No podría hacerse mella alguna en la gran figura histórica de Alejandro si se pretendiera medirlo –como entre los historiadores hacen los recientes filisteos- según una escala moderna, la de la virtud o de la moralidad subjetiva. Y si para restarle méritos se recordara acaso que no tuvo ningún descendiente ni fundo una dinastía, bien puede decirse que los reinos griegos que después de él se fundaron en Asia constituyen su dinastía. Durante dos años hizo campañas en Bactriana, desde donde entro en contacto con los masagetas y los escitios; se originó allí el imperio greco-bactriano que tuvo una duración de dos siglos. Partiendo de aquí los griegos entraron en relación con la India e incluso con China. El dominio griego se extendió sobre la India septentrional, y se cita a Sandrokotto (chandraguptas) como el primero que sacudió este yugo. Los indios también mencionan este nombre, más por los motivos que ya dijimos no puede fiarse mucho uno de eso.
Se originaron otros reinos griegos en Asia Menor, en Armenia, en Siria y en Babilonia. Pero entre los reinos de los sucesores de Alejandro, especialmente Egipto se convirtió en un gran centro de las ciencias y las artes; una ingente multitud de obras de arquitectura, en efecto, son de la época de los Ptolomeos, según ha podido averiguarse por inscripciones que han sido descifradas. Alejandría paso a ser el núcleo principal del comercio y el punto de unión de las costumbres y tradiciones orientales con la civilización occidental. Además, bajo la soberanía de príncipes griegos florecieron también el reino macedónico, el reino tracio que llego hasta pasado el Danubio, un reino Ilirico y Epiro.
Alejandro contribuyo también extraordinariamente al progreso de las ciencias, y después de Pericles es ensalzado como el más generoso protector de las Artes. (…) El inteligente amor al arte que tenía Alejandro le ha hecho acreedor, no menos que sus conquistas, a un eterno recuerdo.
Tomado de la obra de Hegel, Lecciones sobre la Filosofia de la Historia Ia Historia Universal (1833).

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